El origen de la festividad de San Roque se remonta a principios del siglo XVII.
Entre los años 1.601 y 1.606, la isla se vio azotada por una terrible epidemia, cuyo foco principal estaba localizado en el Puerto de Garachico. La casi repentina desaparición de la tan temida enfermedad se tuvo por hecho milagroso, atribuido a la intercesión de San Roque. A partir de esa fecha, todos los caminos que conducen a Garachico, cada 16 de agosto, se convierten en un gran jolgorio. Carretas y romeros nos traen el aire del campo, junto a los cantos populares. Las Fiestas y Romería de San Roque tienen los perennes valores de la devoción y la hospitalidad.
Desde horas muy tempranas se lleva a cabo el traslado procesional de la venerada imagen de San Roque desde su Ermita hasta la parroquia matriz de Santa Ana, donde tiene lugar una solemne función religiosa. Terminado el acto, continúa la procesión hasta la bahía, desde donde parte la Romería marítima, con las barcas de pescadores engalanadas, y la Romería con sus carretas, animales enjaezados, rondallas, peregrinos devotos, y amantes de las costumbres populares, celosos conservadores de esta antigua tradición. La entrada del Santo a su pequeña ermita tiene una pincelada de originalidad. Entra de espaldas, dando la cara al pueblo, del que parece no querer despedirse, mientras los romeros, en colosal algarabía, lanzan al aire los “ajijides”, en los que se advierte una mezcla de júbilo y de pena porque va a terminar el jolgorio, mientras que el público lanza al aire vivas al Santo protector.
Asimismo, la Fiesta de las Tradiciones, momento en el que se elige a la Romera Mayor de las Fiestas de San Roque se celebra la Semana anterior a la Romería.
Es un acto donde se exalta la belleza de la mujer canaria, el folklore, la poesía y la historia, procediéndose, una vez efectuada la elección, a una ofrenda de flores a la imagen del Santo Patrón. El espectáculo, que se desarrolla en la Glorieta de San Francisco, cuenta siempre con finísima decoración exaltando el tipismo más cuidado.